martes, 22 de enero de 2013

Echegaray, 'crítico por un día'

Difícil dilema el del autor condenado a ejercer la crítica, siquiera por un rato. Como pone de relieve el artículo de Echegaray, el creador se ve comprometido, por un lado, a opinar sobre aquel que suele dedicarse, justamente, a emitir juicios sobre su obra. Por otro lado, se siente halagado por haber sido tenido en cuenta para tal empresa. Y debatiéndose en cualquier caso entre la venganza y la complacencia.

La crítica y la creación artística constituyen dedicaciones profundamente distintas, aunque en la práctica muchas veces desarrolladas por un mismo individuo a lo largo de su vida. En teoría, por tanto, perfectamente compatibles; en teoría. En la práctica parece complicado, al menos, poder llevar a cabo ambas al mismo tiempo.

La creación artística, como todo acto de desnudamiento, vuelve vulnerable al creador ante el mundo que contempla su obra. Tanto más, cuanto mayor sea la honestidad de esta. En ese sentido, como ya hemos comentado en otros artículos, la crítica debería ser especialmente cuidadosa en vigilar su propio carácter constructivo y edificante.

No es extraño que ante el dilema del creador de ser 'crítico por un día' ese conflicto entre la venganza y la benevolencia conduzca a un enmudecimiento como resultado. Esto es justamente lo que se observa en el artículo de Echegaray, que se escuda en un elogio de Clarín, más basado en la amistad y el respeto que en criterios concernientes al propio texto que prologa.

No es extraño, pero sin embargo tal vez sí innecesario.

martes, 15 de enero de 2013

Un teatro en busca de público



 Esta semana se estrena, con tres únicos pases, Algo está pasando y no sé qué es, el último montaje de Miguel Ángel Rodríguez. El título es representativo de un espectáculo que trata, desde su concepción, de romper con algunos de los dogmas tradicionales a la hora de crear y recibir teatro. Es requisito imprescindible para asistir comprometerse a hacerlo los tres días.

“El drama propone un conflicto y lanza preguntas sobre la sociedad pero lo hace en tercera persona y sin cuestionarse el sistema”, dice su director acerca de los modelos teatrales convencionales. Su intento, en cambio, ha sido encarnar el conflicto en el propio espectador, de forma que tenga que vivirlo en primera persona.

El espectáculo nació de las inquietudes de un mismo equipo, como un trabajo de creación colectiva. La dramaturgia ha sido creada por todas y todos sus creadores, desde los escenógrafos a los actores o el director. Este carácter horizontal en el proceso creativo se intenta mantener en el resultado al que se llegue en estos días, con un sentido crítico profundo.

¿Sobre qué trata el espectáculo?  “La necesidad del otro para ser. La necesidad de dejar al otro para poder ser. La manera de encontrarnos con el otro en nuestro tiempo. La reproducción del sistema capitalista en las relaciones sociales…”, responde el director, que busca propiciar un encuentro del que nazca un verdadero diálogo con un sentido de continuidad.

“El espectáculo surge de muchos sitios, viene de lejos, viene de una foto en la que un hombre se fotografía en un coche frente al mar con un mapa sobre el salpicadero, viene de una cita de Sartre que se repite una y otra vez: 'El infierno son los otros'", dice. Lo que el montaje quiere es transformar la misma naturaleza del encuentro teatral, para convertirla en un espacio real de relación.

La exigencia de compromiso los tres días de espectáculo obedece al propio cuestionamiento de las normas capitalistas que rigen el encuentro teatral; "es bonito el empeño, empeñarnos en estar juntos y volver al mismo sitio para mirarnos a los ojos de nuevo”. En relación a esto, se trabaja sobre la idea de un público activo, capaz de tomar decisiones y de responsabilizarse de ellas, así como de compartir reflexiones y experiencias. Un público con un sentido claro como colectivo, que va más allá de la suma de espectadores atomizados individuales.

“Mis intenciones con el montaje son cuestionar la manera de encontrarnos y quizá proponer o redefinir entre todos ese encuentro”, añade Miguel Ángel Rodríguez. Y advierte de antemano, bromeando, que “mis intenciones, en cualquier caso, son siempre malas”.

Algo está pasando y no sé qué es, de Miguel Ángel Rodríguez.
RESAD de Madrid. Lunes 14, martes 15 y miércoles 16 de enero.
Avda. Nazaret, 2.

lunes, 14 de enero de 2013


La crítica y los críticos
Leopoldo Alas Clarín

A Jerónimo

 Querido Jeromo: Si resucitara Molière en estos tiempos de análisis, que dicen los filósofos cursis, no necesitaría consultar con su criada el mérito de sus obras, como es fama que hacía muchas veces, ni siquiera recurrir al criterio infantil de los hijos de los cómicos, sus compañeros, según Voltaire nos dice; pues más de una criada respondona había de darle su opinión, sin que él la consultase, y multitud de muchachos, encaramados en las columnas de cualquier revista, le ajustarían las cuentas, sin menester de que el gran Poquelín se acordase de ellos. Los Molière del día, si alguno hay, que lo dudo, encuentran donde quiera, sin buscarla, a la ignorancia, que pronuncia su veredicto sobre cuanto hay divino y humano, y se queda tan fresca.

Si lo que vale es el juicio de los que no saben una palabra, hoy la crítica ha llegado a un florecimiento asombroso. ¿Qué es, en rigor, lo que hace falta para escribir juicios críticos, como dicen los aficionados? En rigor no hace falta más que mimbres y tiempo. Pluma y papel y un periódico que se preste a publicar cualquier cosa; esto es lo indispensable, y esto donde quiera abunda. Hoy, en general, los diarios, revistas, -14- etcætera2, prefieren los trabajos que no se pagan; estos son para ellos los mejores. Ahora bien, el genio -es cosa averiguada-, vive con muy poco, se mantiene de gloria y no cobra los artículos.

De ahí la facilidad de llegar a las letras de molde.

En cuanto a la ciencia, que antiguamente se decía ser necesaria, hoy no hace falta; es más, estorba; y ni los estudios clásicos, ni la estética, ni la retórica, ni siquiera la gramática son para el crítico más que trabas que dificultan el libre vuelo de su... vamos, de su poca vergüenza.

Hemos abolido la retórica: bajo pretexto de que había demasiadas figuras, nos hemos quedado sin ninguna; pues si Canalejas consiente que haya cuatro y Campoamor una, los avanzados van más lejos y las suprimen todas.

Ya no hay clases, ya no hay figuras.

De la gramática, no se diga: por galicismo más o menos no hemos de reñir, y sobre que la Academia no tiene derecho para imponer sus leyes, cada cual sabe donde le aprieta el régimen, y sólo un dómine pedantón puede tomar a mal que se conjuguen3 los verbos irregulares como los niños los conjugan, porque eso constituye un lunar que tiene gracia. Si Blasco dice asola4 en vez de asuela (que sí lo dice) tanto mejor; eso es graciosísimo, «asola» ¡ja, ja, ja!, ¿no te ríes? ¡Chiquirritín de su papá! A Bremon y a mí nos da ganas de comérnoslo.

La estética ya no es cosa tan baladí; pero no hace falta estudiarla; todos tienen su estética en su armario, y con saber cinco o seis terminachos de filosofía de esos que andan por los periódicos y por los discursos, no falta nada, como no sea barajarlos sin ton ni son y salga lo que saliere.

Por lo que toca a estudios de erudición clásica, Dios nos libre de ellos, porque, si sabemos de esas cosas, se nos llamará neos, oscurantistas y se dirá que tenemos mucha memoria pero poco talento, y que no sabemos sintetizar, y que somos amigos del pormenor insignificante de puro poco filósofos que somos. Algo se necesita saber de literaturas antiguas y modernas; pero todo ello cabe en una hoja de perejil, y querer más es degenerar en pedante, ratón de bibliotecas, etc., etc. -15- Oye, Jerónimo, lo que has menester en punto a erudición si quieres ser crítico, que sí querrás, pues serías el primero que no lo fuese.

Respecto del Oriente, no te costará trabajo retener en la memoria que hay por allá un país que se llama China, del cual no se sabe cosa cierta, sino que sus habitantes se dejan engañar con mucha facilidad, de donde les viene el nombre de chinos.

Sobre la India bástete saber que de allá son los parias y que hay allí una literatura que arde en un candil, aunque tú no sepas cosa de provecho de tal literatura. En general dirás del Oriente que aquella civilización representa el momento de la unidad indivisa, sin variedad. En cambio, Grecia es el país de la variedad, es la tierra del arte: ¡ah, los griegos! El Partenón, Eleusis... ¡figúrate tú! ¡Grecia!... el arte... en fin, eso, que es la tierra de la variedad.

Roma, ya se sabe, representa el derecho, la política y en literatura es la imitación (por eso no hace falta saber latín). La Edad Media es la desintegración; luego viene el Renacimiento, que es la reintegración, y luego la revolución, que es... en fin, ¿quién no sabe lo que es la revolución? Con estas grandes síntesis históricas estás al cabo de la calle.

En punto al juicio que has de formar de los autores, procura que sea, más bien que justo, inaudito por lo extraño; descubre tú, antes que otro lo haga, que Dante era un pobre diablo, que Milton no pasaba de ser un fanático vulgar, y pruébalo, no con el estudio de sus poemas, que no debes haber leído, ni ganas, sino por lo objetivo y lo subjetivo que son los términos técnicos de esta esgrima de vocablos que se llama la crítica entre nosotros, y que no valen más que las razones geométricas del espadachín de Quevedo.

Desde que hemos dado al traste con Aristóteles, Horacio y Quintiliano, esto de ser crítico es como coser y cantar. De mí puedo decirte que soy ya tan crítico como el que más, y así me lo llaman muchos amigos complacientes; de modo que dentro de poco voy a creerlo yo mismo. Conozco capitanes de reemplazo, fabricantes de papel y corredores de número, que por pasatiempo, por broma, se han metido a criticar y critican tan bonicamente, como si en su vida hubieran hecho otra cosa.

-16-

El caso es querer: con un poco de mala voluntad que le tengas al autor de cualquier drama, novela o lo que sea, y mala voluntad nunca falta, no tienes más que dejar correr la pluma.

Criticar es murmurar, cortarle un sayo al lucero del alba, y eso no se necesita aprenderlo. Si esto no es verdad, por lo menos así lo entiende el público; si quieres que te consideren como crítico de pelo en pecho, da de firme. El mayor elogio que saben hacer de tus críticas los más apasionados amigos es este: -¡Qué palo le ha dado V. a Fulano! -¿Cómo palo? -dirás tú, si no entiendes de esto, y te parecerá una ofensa; pero si sabes de metáforas te darás por muy satisfecho, y en adelante pegarás palo de ciego; y verás cómo recibes libros de muchos autores que en la dedicatoria te llamarán eminente, ilustre y cosas así, cuando propiamente debieran llamarte Machuca, Quebranta-huesos, Sansón, Hércules o Maza de Fraga.

Entre los envidiosos tendrás los más decididos y entusiastas partidarios, aunque la envidia sea para ti pecado feo, del que jamás te hayas contaminado; pero Dios te libre de desdeñar los elogios de la envidia: por más que te repugne vivir entre los de esa ralea, no niegues tu mano ni tus sonrisas en el compadrazgo de las letras a los que te quieren porque pegas a sus enemigos; ¡ay de ti, si los envidiosos sospechan que no eres de los suyos!

Podrá suceder que hables mal de las obras literarias porque te parezcan malas; acaso te guíe el puro interés del arte; pero la satisfacción de la conciencia que esto te reporte guárdala para ti, y aunque no seas malicioso ni pendenciero, no lo niegues cuando te lo llamen; ¡pobre crítico, si te tienen por candoroso y por inocente! Si has de vivir en el mundo tienes que vivir entre gente de mala voluntad, y harto harás con no llegar tú a ser uno de tantos.

Ya ves que, con entender la aguja de marear un poco, puedes llegar a crítico de los de ahora.

Pero también los hay de otra clase, de la clase de los benévolos; estos son peores, y de ellos te hablaré otro5 día.
 
 
Cuatro palabras a manera de Prólogo
 
 

José Echegaray.
AL AUTOR DE «EL GRAN GALEOTO»
en prueba de admiración y amistad,
LEOPOLDO ALAS

Madrid. Junio 1881.

Invitado por mi buen amigo D. Leopoldo Alas a escribir unas cuantas páginas a manera de prólogo o introducción a su libro, y deseando vivamente complacerle, preparé mi papel, tomé mi pluma, y pedí inspiración al Dios de los proemios, que numen tutelar deben tener, aunque yo, en este instante, ignore cuál sea. Y bien he menester que a mí descienda, y que me preste un tizón al menos de su sacro fuego, porque es la verdad que, por más que busco, no encuentro idea que valga el trabajo de ser embutida en una frase; ni mi pobre imaginación da muestras de sí, por más que la solicito y la ruego; ni hallo a mi alcance, por más que dirijo afanosamente la vista interna a todos los antros del cerebro, una siquiera de las muchas vulgaridades que el uso tiene almacenadas para necesitados como yo, y empresas como la mía.

Resultado natural y fácil de prever, porque, el caso es de todo en todo nuevo para mi ingenio; la ocasión -II- inverosímil, de puro inesperada; y grande el conflicto, y el apuro mayúsculo: no sólo, aunque esto fuera bastante, por mi ya confesada esterilidad, sino por otras muchas y poderosas razones, que a su tiempo diré, si no es que desde luego las digo; como voy a decirlas, sin poner más prólogo a mi prólogo que las palabas que preceden.

Diré, pues, que esto de ver mi persona, mis actos y mis obras en poder de críticos, cosa es harto vista; y que no fuera novedad, ni nadie por novedad la tendría, y yo menos que nadie, verlas y verlos a todos tres, obras, persona y actos, sin compasión mordidos, y destrozados, y dispersos, y aun insepultos, cuando no aniquilados, y hasta de la memoria de las gentes desvanecidos: todo por obra y gracia de la crítica y de sus mortíferos rayos. Pero ver a un crítico en mi poder, sus escritos bajo mi pluma, sus fazañas pendientes de mi fallo, esto sí que es cosa peregrina, y combinación que a maravilla trasciende; esto sí que asombraría al mundo, dado que el mundo se ocupase de nosotros, y que a mí mismo, que soy el favorecido, me deja indeciso y suspenso.

¿Qué se hace en ocasión semejante?, me pregunto, y no atino con la respuesta: ¡ni cómo dar con ella, revolviendo precedentes de mi vida literaria, si por vez primera me veo en caso tal!

Juzgar yo a un crítico, analizar sus obras, disciplinar, por decirlo así, su palmeta, es invertir los términos, es trastornar las leyes naturales, es algo parecido a las populares aleluyas del mundo al revés, en que pinta la inspiración callejera embarcaciones por los montes, carromatos por los mares, el pollo asando tranquilamente al cocinero y el corderillo clavando aguda cuchilla -III- en la robusta garganta del matachín. Carromato fui que por fuera de camino real avancé como pude, por entre tumbos de gente espantadiza y tropiezos de ceñudos críticos: el asador y el fuego sentí una y otra vez en mi pobre carne; corderillo inocente, en más de una ocasión rasgome las entrañas agudo hierro, aunque jamás por lo visto lograron acabar conmigo: y esto aprendí y de memoria me sé el papel de víctima; pero inexperto en la obra, y espantado casi ante mi propia osadía, me veo, al encontrarme con todo un crítico entre las manos, y al alcance, por ende, de mi enojo.

Óiganme en confesión, y cállenlo luego los que me lean: mi primer impulso fue el de la venganza: ojo por ojo; golpe por golpe; dentellada por mordedura.

Pero vino después la razón, señora tan respetable como fría, y murmuró a mi oído palabras tan razonables como suyas. Que si hay críticos, me dijo, que merecen encontrarse con otros como ellos, los hay también de saber y de conciencia, y que este, que generosa y confiadamente viene a mí, separado y a larga distancia marcha de la rencorosa y atrabiliaria turba. Que mi ensañamiento en su persona, agregó, sería inútil, porque alas tan poderosas tiene, que del mismo altar del sacrificio se me escaparía, dejándome como a Fedra, salvo el sexo, con el crimen sobre la conciencia y sin el placer de haberlo saboreado. Y en suma, añadió para concluir, que no fuera justo aplicar al inocente lo que aun para el culpable repruebo, y hacerme cómplice de ese lamentable afán de ciertos escritores de censurar por afición, morder por gusto y destruir reputaciones por oficio.

Hiciéronme fuerza tales razones, renuncié a la crítica -IV- abolida en el código de mi particular justicia, al menos por esta vez, la pena del talión, por natural que sea y gustosa que parezca, y aún me propuse, pasando de uno a otro extremo, hacer alarde de generosidad, y entonar las alabanzas de que es digno el autor del libro, y sus elegantes y profundos trabajos literarios.

Pero pronto hube de renunciar a mi propósito, porque pensé que bien mirado ¿para qué necesita el señor Alas de mis elogios? ¿Ni qué provecho pudiera reportar de ellos? ¿Ni qué habían de aumentar a su buen nombre en la república de las letras unas cuantas encomiásticas frases, por justas que fuesen, que sí lo serían? ¿Quién no conoce a mi buen amigo? ¿Quién no ha oído su clarín de guerra, ya en son de batalla, ya entonando marcha triunfal? ¿Quién no sabe que don Leopoldo Alas es escritor a la vez elegante y profundo, ya severo y preciso, ya agudo y epigramático, y siempre de levantado pensamiento, amante de la ciencia y noble en sus propósitos? Nadie que circule por las plazas o callejuelas de la literatura moderna lo ignora, que en los sitios principales de la ciudad del arte se habrá encontrado, con mi buen amigo; pero si alguien, por acaso, lo ignorase, con repasar el libro que a este prólogo sigue saldría de su reprensible ignorancia y ahorraríase mis noticias y advertencias.

A mi juicio, la serie de críticos que empieza en Larra y concluye en Balart está pidiendo con necesidad y urgencia gente que la continúe y amplíe, y el señor Alas no debe contentarse con menos que con ser uno de los insignes herederos de aquellos insignes críticos.

Todo esto es exacto, y está bien, y no hay quien ose contradecirlo; pero de aquí resulta que mis elogios serían -V- inútiles por sabidos, y por vulgares casi impertinentes, y que sólo servirían para alentar la malicia del público, harto edificado, como ahora se dice, con tantas alabanzas mutuas y tanta sociedad comanditaria como pulula por el campo literario. Y de aquí resulta aún, como forzosa consecuencia, que tampoco por este camino puedo llegar al fin de este mi premioso trabajo.

No puedo censurar: sería injusto.

No puedo alabar: sería impertinente.

¿Qué haré, pues?

Por lo pronto he escrito tres líneas y con esta son cuatro, lo cual no debe despreciarse, sobre todo cuando van tan nutridas de pensamiento como el lector habrá notado.

Pero hay más: ocúrreseme que, a no dudarlo, habría materia para un extenso y hasta majestuoso proemio, si yo me lanzase a disertar sobre crítica literaria y sobre sus fundamentos y preceptos. Pero el problema es grave. Difícil es hacer y hacer bien; pero ¡qué difícil es no juzgar mal!

Para lo primero, basta a veces una buena idea, de esas que casi siempre flotan en la atmósfera como impalpables gérmenes, una mediana cultura y algunos instantes de inspiración. Para lo segundo, ¡qué altas cualidades intelectuales son necesarias!, ¡qué conjunto de opuestas aptitudes!, ¡quién ha podido nunca adivinar el fallo del porvenir en materias de arte!, ¡quién ha podido jamás elevarse sobre las pasiones, las preocupaciones o los caprichos del momento!, ¡quién puede ver con luces que han de encenderse dentro de tres siglos!

En suma, cuanto más lo pienso, más y más me afirmo en que no debo ocuparme aquí ni de la crítica ni de sus reglas ni de sus desarreglos.

-VI-

Y con este último descalabro doy por insuperable la empresa, me declaro solemnemente vencido y renuncio a escribir cosa formal con motivo y pretexto de este prólogo.

Mandaré, pues, a mi buen amigo estas insulsas cuartillas; daranle muestra de mi buen deseo y de mi mala suerte: si como ejemplo de humildad cristiana quiere darles entrada en su libro, entren en buen hora, pero déjelas en la antesala, o en la escalera, si no en el zaguán, que es lo más que merecen: si malas le parecieran, que prueba daría de buen criterio con ello, ciérreles la puerta y déjelas sin compasión en el arroyo, que allí se quedarán, porque yo no he de recogerlas.

Y basta con esto y aun sobra todo lo escrito.

Buena suerte al libro; mala pena de olvido al prólogo, y larga vida y todo género de prosperidades para sus autores, dicho sea sin mira interesada.

JOSÉ ECHEGARAY.

domingo, 13 de enero de 2013

INTIMIDACIÓN POR LOS CLÁSICOS

El grupo de investigación dramatúrgica del Seminario ¿Qué hacer con los clásicos?, desarrollado por el Nuevo Teatro Fronterizo y la Compañía Nacional de Teatro Clásico, muestra en Madrid los resultados alcanzados.




"Si nos dejamos intimidar por una concepción falsa, superficial, decadente y pequeño burguesa del clasicismo, jamás llegaremos a ofrecer representaciones vivas y humanas de las obras clásicas". Estas palabras de Bertold Bretch sobre el trabajo de intervención dramatúrgica en los textos clásicos, constituyen una de las premisas iniciales con las que José Sanchis Sinisterra, director del seminario, ha abordado la investigación, cuyos resultados se mostrarán el próximo día 21 de enero, en un pase especial en la sala de ensayos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

El Seminario parte de una idea del propio Sinisterra, basada en una experiencia realizada hace quince años, en la que el propio autor reunió a Juan Mayorga, Yolanda Pallín y Borja Ortíz de Gondra, entonces jóvenes dramaturgos, para acometer la tarea de estudiar desde una óptica distinta a los grandes autores dramáticos del siglo de oro español.

En esta ocasión Sinisterra ha seleccionado a un grupo de cinco dramaturgos, cinco directores y cinco intérpretes, con el objetivo de estudiar textos de Cervantes, Lope de Vega y Calderón. El viejo celoso, de Miguel de Cervantes; Los cabellos de Absalón, de Calderón de la Barca y Lo fingido verdadero, de Lope de Vega, han sido los materiales propuestos por el director.

"Pretender la fidelidad es una quimera. Es necesario mostrar que las relaciones entre personajes encubren otras relaciones", señala Sinisterra, que pone énfasis "en los desfases existentes entre pensamiento, sentimiento, acción física y palabra, a la hora de realizar una lectura actual del texto clásico".

Lectura contemporánea para la que Sinisterra reclama: "tener en cuenta la enciclopedia del espectador. Es preciso observar lo que debemos mantener, sustraer o añadir para que el público de hoy tenga una experiencia estética valiosa". El planteamiento del dramaturgo valenciano para la intervención en los textos se basa en quince parámetros, que abarcan cinco diferentes ámbitos: semántico, referencial, poético, estructural y sintagmático.

En la exhibición de los resultados se mostrarán ocho piezas extraídas de las obras citadas, con la obra de Calderón como la más revisitada por los participantes en el Seminario, que ha contado entre otras con la presencia de las actrices Ana Fernández y Blanca Portillo, que por motivos profesionales no podrán formar parte del elenco de la muestra, los actores Joaquín Notario y Ernesto Arias, los dramaturgos Ernesto Filardi  y Lucía Vilanova, o los directores José Bornás y Eduardo Fuentes.

El público asistente podrá ver ocho piezas con muy diversas intervenciones, que van desde "la versión apocalíptica de Los cabellos de Absalón, con rayos láser y música electrónica", que defiende Carlos Molinero, a la partida de cartas en donde se juega un reino, según la versión de Kike Torres de un fragmento de la misma obra, dirigido por Eduardo Fuentes. Por su parte, Félix Gómez-Urda, dramaturgo y también director en esta ocasión, señala: "He alterado la fábula de Lo fingido verdadero, y he convertido el sacrificio de Ginés, el patrono de los actores, en la misión suicida de un activista, que por amor es capaz de cometer un atentado contra la vida del césar, símbolo del imperialismo que domina el mundo".

Todos los participantes coinciden en lo estimulante que está resultando la experiencia y no esconden una cierta presión ante las expectativas que se puedan haber generado ante la muestra. 

La cita es el lunes, 21 de enero de 2013 en la sala de ensayos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, a las 19:00 horas, con asistencia libre, previa invitación.


viernes, 11 de enero de 2013

Ante-crítica de EL CRÍTICO


La obra El crítico (o Si Supiera cantar, me salvaría), de Juan Mayorga, uno de nuestros autores más representados y laureados, llega al teatro Marquina de Madrid, dirigida por Juan José Afonso, después de haber obtenido excelentes críticas desde su estreno en septiembre en Santa Cruz de Tenerife. Antes de estrenarse en Madrid, han podido disfrutar de esta obra otras ciudades como Logroño, Vigo, La Coruña o Melilla.
Se trata de un duelo dialéctico entre un dramaturgo y un crítico teatral, ambos ansiosos por “sobrevivir” ejerciendo el arte que más les gusta, y ambos necesitados de un maestro o de un heredero, “porque una crítica es una herencia”.
El crítico teatral, interpretado por Juanjo Puigcorbé, que regresa al teatro después de casi veinte años, recibe la inesperada visita del autor al que da vida Pere Ponce, ambos espectaculares sobre las tablas. Este encuentro, deseado a la vez que temido, tiene lugar en la casa del crítico, justo cuando está a punto de escribir sobre la obra que acaba de ver.
El espectador se sentirá parte del público de un ring de boxeo en el que la obra teatral cobra vida en si misma, siendo vapuleada y defendida a un ritmo vertiginoso. Y si la obra de teatro es lo que separa a los contrincantes, lo que les une es una mujer.
Según Juan Mayorga –premio Nacional de Teatro-, Si supiera cantar, me salvaría es un combate, siendo sus personajes “seres que no reconocen frontera entre la vida y el teatro”, e “interesará de un modo especial a los envenenados por este viejo arte”.


Los actores Juanjo Puigcorbé y Pere Ponce. Entre ellos, el dramaturgo Juan Mayorga.
Fotografía: Juan Luis Jaén, en Madridiario.es