lunes, 15 de abril de 2013

Adiós a Saritísima





La semana pasada nos saludaba con el final del largo invierno que ha dejado tantas nubes y tanta lluvia en los últimos meses. Pero junto con el estallido de los primeros rayos de sol nos llegaba también, como contrapartida, la noticia de la muerte de Sara Montiel, mito del imaginario español contemporáneo.



Tratar de definir a María Antonia Abad Fernández resulta complicado, dada la gran cantidad de facetas artísticas que la creadora tocó. Nacida en Campo de Criptana (Ciudad Real) en 1928, lugar al que la actriz volvería en repetidas ocasiones y al que continuaría emocionalmente vinculada durante toda su vida, Sara Montiel comienza realizando pequeñas interpretaciones en películas españolas de la década de los cuarenta. 

A partir de los cincuenta probaría suerte en México, país del que obtendría la nacionalidad en 1951, y que asistiría a algunos de los más memorables primeros papeles de su carrera cinematográfica. Posteriormente trabajó en Estados Unidos, donde participó en algunas películas emblemáticas como Veracruz. De vuelta a España, su interpretación en películas como El último cuplé revelarían una faceta hasta entonces por explorar en ella: la de cantante. El ascenso de Sara Montiel al olimpo de los artistas con mayúsculas, a partir de ese momento sería imparable. Un hito en el mismo lo marca la película La violetera, título con el que Sara Montiel se convertiría en la actriz mejor pagada del mundo hasta la fecha.



Se retiró del cine en 1974. Sin embargo, jamás abandonó su carrera musical. Continuó interpretando música durante toda su vida, y aún unos pocos meses de su muerte, había grabado un vídeo musical junto al grupo Fangoria.



Por desgracia, en los últimos años su vida se convirtió en carnaza para ciertas tertulias televisivas, más interesadas en la presuntamente escabrosa vida sentimental de la artista, que en su carrera profesional. En los últimos tiempos, no obstante, el silencio de Sara Montiel en cuestiones personales se vio recompensado con una justa invisibilidad televisiva.



Ahora, a pocos días de su desaparición, gusta y apetece sin embargo recordar más bien a la Sara Montiel de los sesenta, a la que huyó de la pequeñez de un país poco dado a los saltos mortales, y supo proyectarse internacionalmente sin por ello perder sus raíces. Prueba de esto último fue su nombramiento, hace ya algunos años, como hija predilecta de Campo de Criptana, municipio donde puede visitarse un molino de viento dedicado a museo consagrado a la artista.


Puede ser esta una buena ocasión para recomendar su visita y su disfrute. Como homenaje a ese icono que ya forma parte del imaginario artístico del siglo XX, más que español, enteramente universal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario