martes, 16 de abril de 2013

La noche veneciana o cómo arreglar una dramaturgia escénicamente



La noche veneciana. Adaptación libre de la obra de Alfred de Musset
Con Ariana Sansonetti, Pablo Gallego, Amaranta García, Albano Matos, Laura Salido y Nicoletta Cappello
Dirección de Bárbara Risso
15-17 Abril 2013
RESAD de Madrid
Avda. Nazaret 2

En 1830 Alfred de Musset escribe La noche veneciana. Inspirado por el espíritu del Romanticismo francés, y también por sus viajes a Italia, en la obra se relatan los apasionados amores entre el joven Razzeta y la noble Lauretta, truncados por el matrimonio de conveniencia entre esta y el Príncipe de Eisenach. El texto se desarrolla en Venecia y cuenta con algunos de los tópicos aportados por la época. Sin embargo, cuando la historia alcanza su final y la balanza debe necesariamente inclinarse hacia el lado del amor o, acaso, hacia el del deber, el dramaturgo nos sorprende con un increíble deus ex machina y hace a Razzeta resignarse al abandono. La marcha final del personaje, en góndola, resulta tan enigmática que, pensando en la barca de Caronte, nos hace preguntarnos si no se tratará en realidad de una metáfora de la muerte por amor.

La puesta en escena de Bárbara Risso supone un despliegue de espectacularidad que hace de la obra de Musset un musical en el que la sensualidad de las letras italianas alterna con esa recreación del canal veneciano en una acertada disposición de espacio circular.

Podemos decir que el montaje, por momentos, deja caer el texto en virtud de esa dimensión de espectáculo con mayúsculas. Y podemos decir también que la alternancia de lenguas -castellano, obviamente, e italiano-, si bien funciona en los momentos musicales, suspende demasiado la verosimilitud en las partes no cantadas.

Pero sobre todo debemos decir que el espectáculo se asienta sobre un preciso trabajo de movimiento por parte de los actores y las actrices, que constituye el ritmo del mismo; a destacar, el trabajo de Laura Salido en el papel de Razzeta y sobre todo el de Pablo Gallego como Príncipe de Eisenach. Que todo el montaje está cargado de una profunda sensorialidad destinada a reconstruir la luz y el agua venecianas. Que la inclusión de la música es acertada y emocionante. Que el trabajo sobre el espacio escénico es brillante.

Como espectadora, lo mismo que como lectora, existe un sentido dramatúrgico interno, casi visceral, que inconscientemente avisa cuando la progresión de la historia no es la adecuada. A medida que el final de una fábula va llegando, el cuerpo pide o solicita sangre o perdón, final feliz o desgraciado.

Cuando la obra va concluyendo y los dos personajes antagónicos se enfrentan a vida o muerte, el cuerpo se pregunta si lo que vamos a ver es un desenlace tan extraño y frustrante como el del texto, o si por el contrario va a correr la sangre romántica y el resultado será un melodrama con mayúsculas. Pues nada de eso. Hay que decir que Bárbara Risso ha resuelto la dramaturgia de Musset, y que lo ha hecho escénicamente. Para eso, y sin querer destripar aquí nada, el espectáculo cuenta con la mascarada, con la parodia y el carnaval como elementos de metateatralidad desde el comienzo, y la diversión y el juego, como maniobra de distanciamiento, vienen a completar toda la belleza anterior. Eres espectadora -es el mensaje final-; no nos digas que no lo sabías. ¿Truco? ¿Maniobra de elusión? Nada de eso; una acertada reescritura del mito que asegura su pervivencia.

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