Las cosas más importantes de esta vida parecen ser,
justamente, aquellas a cuya consideración no suele concederse una gran cantidad
de tiempo y de recursos.
Dice Nieva en su artículo que en
el panorama actual de sobrecarga literaria de textos y obras, resulta superflua
la publicación de una novela o una poesía más o menos. El escritor ya no cumple
la función social que le era reclamada en el siglo XIX, y hasta se encuentra en
entredicho la cuestión misma de si cumple función social alguna.
Nadie puede escribir hoy día,
continúa Nieva, con la pretensión de hacerse rico, ni siquiera muchas veces,
con la pretensión de ganar algún dinero. Ejemplifica para ello con el caso del
poeta. El artículo, del año 2000, ha visto incrementado su sentido con el paso
de los años y los avatares de estos últimos tiempos. Los debates acerca de la
literatura como forma de ganarse la vida son cada vez más complejos y
arriesgados, y tienen que vérselas muchas veces con los problemas de la gestión
de los derechos de autor y también con muchas actitudes de incomprensión hacia
los gremios de la cultura.
Nadie que escriba lo hará pensando
en ganar dinero con ello. O, por lo menos, nadie lo hará en primer lugar y de
forma prioritaria. La necesidad de escribir no está ligada a la de comer. Nieva
habla de la escritura como condena, y es ahí donde se revela el carácter
paradójico del artículo, que nos habla en el título de un oficio sin
importancia mientras reivindica los orígenes no contingentes ni voluntarios del
acto de escribir.
El escritor o la escritora
escriben porque no pueden dejar de hacerlo. Como vía de comprensión y
acercamiento al mundo que les rodea y también a sí mismos, la escritura es para
Nieva una condena.
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