domingo, 11 de noviembre de 2012

CONFESIONES DE UN CRÍTICO




Exponer públicamente una autocrítica sincera es principio ético que nunca ha estado de moda en un país tan dado a la intolerancia como España. La reflexión que Nacho Garzón hace sobre el ejercicio de su profesión de crítico, comienza con las dudas e inquietudes del autor sobre su propia capacidad para ejecutar tan espinosa tarea. De este modo las palabras de Garzón adquieren, ya desde las primeras líneas, un valor especial. El escritor muestra abiertamente una conclusión sobre lo que la crítica es para él: “un ejercicio de respeto y  humildad”.

Con un estilo ameno y directo, escrito en una primera persona sin máscaras ni envoltorios, el texto insiste en la necesidad de no experimentar miedo a la  hora de valorar una obra. El autor apela a Baudelaire (no sin enfatizar antes que la crítica no es una actividad indudable) para afirmar con él que la tarea del crítico ha de ser “parcial, apasionada y política”.

El texto avanza proponiendo ejemplos de críticos que han ejercido –y sufrido– su propio y particular código deontológico, como es el caso de Ignacio Echevarría. Este crítico literario, que reivindicaba un cierto grado de contundencia, fue apartado del suplemento Babelia, por su crítica a la novela de Bernardo Atxaga, El hijo del acordeonista, en aquel momento uno de los lanzamientos más importantes de Alfaguara, sello editorial que pertenece al mismo grupo empresarial del periódico. El crítico afirmó haber sido objeto de una represalia por culpa de una nota negativa que arrancaba del siguiente modo: “Resulta difícil sobreponerse al estupor que suscita la lectura de esta novela. Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir así”. ¿No queda en entredicho la credibilidad de un diario, cuando entran en colisión los intereses del grupo empresarial al que pertenece con una crítica independiente? En mi opinión el crítico está sujeto a intereses empresariales, de “lobby”, muy complicados de eludir. Recientemente hemos tenido el caso del rechazo por parte del escritor Javier Marías del Premio Nacional de Literatura, hecho que ha ocasionado multitud de alabanzas y también algunas críticas. Dicho rechazo lleva inmediatamente a pensar en la empresa editora de Los enamoramientos, de nuevo el grupo PRISA, que debe estar frotándose las páginas ante la impagable publicidad (incomparable a los 20.000 euros del Premio Nacional) que la decisión del escritor habrá reportado. Cualquiera puede constatar el esfuerzo promocional que ha realizado la editorial Alfaguara para comunicar la existencia de este libro. Imagino que pocas personas interesadas en la literatura habrán quedado al margen del tan comentado rechazo y otras muchas, que seguramente nunca comprarían la novela, lo habrán hecho por la curiosidad que el posicionamiento ético de Marías ha despertado. Sería interesante saber cuál era el balance de ventas (y los derechos de autor correspondientes) antes y cuál será después de la decisión. Cuestión de intereses.

Garzón continúa citando ejemplos de destacados críticos (y de algunos artistas como Kantor o Marsillach) que han ejercido, sufrido o analizado el oficio. Me detengo en la valoración ecuánime de Miguel García-Posada cuando subraya: “la función primordial debe ser la de orientar al lector...Orienta significa valorar con la mayor precisión que sea posible...”

En un ejercicio de circularidad final, Garzón vuelve sobre la infalibilidad del crítico profesional, que no deja de ser un ser humano con emociones. Confiesa haber llorado en ocasiones y haberse aburrido en otras. Y queremos creerle cuando dice que ha respetado, desde su atalaya de crítico especializado, el esfuerzo que cualquier función, por humilde que esta sea, requiere para ser expuesta al público.

DEFENSA DE LA ESCRITURA CRÍTICA

Con la erudición de la que hacía gala en cada columna, el maestro Haro ofrece en esta un brevísimo pero interesante recorrido por la historia de la crítica literaria. De Aristarco a Steiner, Haro confronta al crítico con el criticado, aunque su condición misma de escritor y crítico le lleva a posicionarse claramente del lado de la buena escritura. Su tesis concluye que todo buen escritor también es un crítico, como buen observador del tiempo y de los acontecimientos que le corresponden vivir. Cita Haro a George Steiner, uno de los más grandes profesores, críticos y teóricos de la literatura, para recordar de memoria una afirmación (que nosotros también defendemos): para ser crítico de la literatura es necesario, ante todo, escribir bien. Palabras que en el caso de Eduardo Haro Tecglen son un axioma, pues sus críticas –como toda su escritura– eran una interpretación lúcida, con una exigencia máxima en el uso original de su lenguaje personal y de su vasta cultura, de lo observado.

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