martes, 27 de noviembre de 2012

¿Qué público?


En nuestros universos europeos vivimos rodeados y rodeadas de tecnología. En concreto, las tecnologías de la información y la comunicación han provocado una sobrecarga en la cantidad de estímulos que recibimos diariamente. Apenas quedan hogares donde no exista una televisión; y cuando esto es así, sucede más a menudo por una decisión consciente y voluntaria que por falta de recursos. Internet ha visto su uso generalizado en los últimos años casi como si se tratara de un bien de primera necesidad. Es tanta su influencia que el cine, la música o incluso los libros –dicen- pierden usuarios por su culpa.

¿Qué ha ocurrido? El concepto de público está cambiando. El público ya no es esa instancia colectiva que se reúne en un lugar común para compartir un espectáculo. O al menos ya no es necesariamente eso. Existen tantos tipos de público como de obras de arte. Existen públicos singulares, anónimos, que carecen de un sentido de lo colectivo. Existen individuos disfrutando en soledad que no saben que, en sentido estricto, conforman un público. Y la gran pregunta es: ¿lo forman?

¿Y el teatro? Tradicionalmente hemos dividido al público teatral en dos sectores distintos: el que consume teatro comercial (y la palabra “consume” es aquí clave), y el que acude a las llamadas ‘salas alternativas’ (apelativo el de ‘alternativas’ que también abarcaría cosas muy dispares). Pero dentro de estos dos tipos existen otras distinciones que recorren a ambos de manera transversal: público infantil, público familiar, público adolescente, público anciano, público masculino, público femenino, público blanco, negro, gitano, público urbano y público rural… Todos estos tipos de público, definidos en función de categorías sociológicas como la raza, el género y la edad, intersectan en muchos aspectos y se diferencian en otros.

A la hora de elaborar –y también de criticar- un espectáculo, deberíamos pensar siempre en el público potencial al que el mismo se dirige. Esto implica, desde luego, conocerlo, lo que significa no prejuzgarlo de antemano ni atribuirle rasgos o categorías de pensamiento, gusto, etc. de forma generalista y muchas veces aleatoria. Deberíamos no solo tratar de sorprender a nuestro público, sino también dejarnos sorprender por él.

Lo anterior se traduce en una actitud de respeto y horizontalidad hacia nuestro público. En no tratar de aleccionar ni sermonear como gurús de la tribu. A través de un espectáculo podemos enseñarle cosas al público; pero por medio de sus reacciones el público también nos enseña cosas a nosotros.

En definitiva, el público se perfila como una masa borrosa que en ocasiones resulta confusa, poco definida. Pero en Madrid existe realmente público de teatro; existen muchos públicos de teatro. Es nuestra labor investigar esos públicos, conocerlos, desafiarlos y dejarnos desafiar por los mismos, en un intercambio artístico horizontal que se retroalimente a sí mismo.

La presencia de internet y la aparición de nuevas formas de disfrutar del arte deben llevarnos a preguntarnos acerca de la posibilidad de hacerlo en privado: el acto de trasmisión, de comunicación de la obra de arte, ¿es posible en privado? En la actualidad algunos espacios se transforman, tratando de encontrar nuevas vías de respuesta para estos interrogantes. Es quizá el caso de un espacio como Microteatro por dinero, en el centro de Madrid, que divide su espacio en cinco microsalas en las que solo caben 15 espectadores por función y donde las obras se conciben también en formato micro de 15 minutos máximo de duración. Es resultado, al menos en términos económicos, es muy positivo. sin embargo, sigue tratándose de un público colectivo.

A medida que el público cambia, los creadores y las creadoras también lo hacemos. Y lo hace, necesariamente, nuestra forma de encarar la relación con el espectador. Todavía está por ver, no obstante, que sea posible la interacción teatral con un público radicalmente individualizado, privatizado, cómodamente sentado en el sillón de su casa.

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