La crítica teatral es para mí un
gran conflicto dramático interno: aquel que experimenta el escritor entre la
necesidad de reportar una información objetiva y veraz y su propósito de emitir
públicamente una valoración, y como tal, subjetiva, acerca de un espectáculo o
una obra artística.
Al hacer una crítica literaria,
teatral, cinematográfica, musical,… el escritor mezcla información y opinión,
no pudiendo, o debiendo, a mi entender, existir una sin la otra. Siendo el
hecho de informar lo más objetivamente posible sobre el espectáculo la base de
la crítica, considero que la dificultad y su verdadera esencia residen en la
opinión argumentada que el crítico nos da acerca del mismo. Esto es, la virtud
de proporcionar al potencial espectador del espectáculo, algo más que la
sinopsis y la ficha técnica o artística del mismo, por ejemplo relacionando el
hecho artístico de forma sincrónica con el teatro y la sociedad de su tiempo, al
mismo tiempo que ubicándolo ,diacrónicamente, dentro de la historia del teatro
y del arte.
Creo que la crítica requiere tanto
de una objetivación de los elementos integrantes del hecho teatral como de una
sensibilidad especial hacia el análisis y la argumentación, junto con grandes
dosis de empatía que le permita al escribiente ponerse del lado del espectador
potencial del montaje objeto de la crítica. Y digo escribiente, y no escritor,
por tratar de dignificarlo como oficio así como por señalar la acción inacabada
que supone escribir esperando el feed-back
de ese espectador que decidirá asistir o no a tal espectáculo y que se
convertirá, a su vez, en crítico del mismo.
Así, considero que el principal destinatario y
beneficiario de la crítica no es el artista, sino el lector o espectador
interesado en el hecho teatral, decisor último de tomarla o no en
consideración.
Por ello, cualquier crítica teatral, además de
informar objetivamente sobre todos los componentes que hacen posible el
espectáculo, su ubicación, temporalización etc, deberá aportar datos difícilmente
objetivables al entrar en el campo de la opinión, como son la originalidad del
mismo, la valoración sobre su significado o su alcance, o incluso la
fundamentación de la importancia implícita que concede el crítico al optar por
resaltar unos aspectos sobre otros.
Así, desechando la arbitrariedad y la gratuidad en
los juicios, considero parte de la riqueza del arte de hacer crítica teatral, aquella
que reside en la expresión de la propia idiosincrasia del que la ejerce entendiendo
el teatro como un fenómeno vivo, no estático, cuyo alcance, valoración y
repercusión social depende también de los ojos que lo miran.
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