La crítica y los
críticos
Leopoldo Alas Clarín
A Jerónimo
Si lo que vale es el
juicio de los que no saben una palabra, hoy la crítica ha llegado a un
florecimiento asombroso. ¿Qué es, en rigor, lo que hace falta para escribir juicios
críticos, como dicen los aficionados? En rigor no hace falta más que
mimbres y tiempo. Pluma y papel y un periódico que se preste a publicar
cualquier cosa; esto es lo indispensable, y esto donde quiera abunda. Hoy, en
general, los diarios, revistas, -14- etcætera2, prefieren los trabajos
que no se pagan; estos son para ellos los mejores. Ahora bien, el genio -es
cosa averiguada-, vive con muy poco, se mantiene de gloria y no cobra los
artículos.
En cuanto a la ciencia,
que antiguamente se decía ser necesaria, hoy no hace falta; es más, estorba; y
ni los estudios clásicos, ni la estética, ni la retórica, ni siquiera la
gramática son para el crítico más que trabas que dificultan el libre vuelo de
su... vamos, de su poca vergüenza.
Hemos abolido la retórica:
bajo pretexto de que había demasiadas figuras, nos hemos quedado sin ninguna;
pues si Canalejas consiente que haya cuatro y Campoamor una, los avanzados van
más lejos y las suprimen todas.
De la gramática, no se
diga: por galicismo más o menos no hemos de reñir, y sobre que la Academia no
tiene derecho para imponer sus leyes, cada cual sabe donde le aprieta el
régimen, y sólo un dómine pedantón puede tomar a mal que se conjuguen3
los verbos irregulares como los niños los conjugan, porque eso constituye un
lunar que tiene gracia. Si Blasco dice asola4 en
vez de asuela (que sí lo dice) tanto mejor; eso es graciosísimo, «asola» ¡ja,
ja, ja!, ¿no te ríes? ¡Chiquirritín de su papá! A Bremon y a mí nos da ganas de
comérnoslo.
La estética ya no es
cosa tan baladí; pero no hace falta estudiarla; todos tienen su estética en su
armario, y con saber cinco o seis terminachos de filosofía de esos que andan
por los periódicos y por los discursos, no falta nada, como no sea barajarlos
sin ton ni son y salga lo que saliere.
Por lo que toca a
estudios de erudición clásica, Dios nos libre de ellos, porque, si sabemos de
esas cosas, se nos llamará neos, oscurantistas y se dirá que tenemos mucha
memoria pero poco talento, y que no sabemos sintetizar, y que somos amigos del
pormenor insignificante de puro poco filósofos que somos. Algo se necesita
saber de literaturas antiguas y modernas; pero todo ello cabe en una hoja de
perejil, y querer más es degenerar en pedante, ratón de bibliotecas, etc., etc.
-15-
Oye, Jerónimo, lo que has menester en punto a erudición si quieres ser
crítico, que sí querrás, pues serías el primero que no lo fuese.
Respecto del Oriente, no
te costará trabajo retener en la memoria que hay por allá un país que se llama
China, del cual no se sabe cosa cierta, sino que sus habitantes se dejan
engañar con mucha facilidad, de donde les viene el nombre de chinos.
Sobre la India bástete
saber que de allá son los parias y que hay allí una literatura que arde en un
candil, aunque tú no sepas cosa de provecho de tal literatura. En general dirás
del Oriente que aquella civilización representa el momento de la unidad
indivisa, sin variedad. En cambio, Grecia es el país de la variedad, es la
tierra del arte: ¡ah, los griegos! El Partenón, Eleusis... ¡figúrate tú!
¡Grecia!... el arte... en fin, eso, que es la tierra de la variedad.
Roma, ya se sabe,
representa el derecho, la política y en literatura es la imitación (por eso no
hace falta saber latín). La Edad Media es la desintegración; luego viene el
Renacimiento, que es la reintegración, y luego la revolución, que es... en fin,
¿quién no sabe lo que es la revolución? Con estas grandes síntesis históricas
estás al cabo de la calle.
En punto al juicio que
has de formar de los autores, procura que sea, más bien que justo, inaudito por
lo extraño; descubre tú, antes que otro lo haga, que Dante era un pobre diablo,
que Milton no pasaba de ser un fanático vulgar, y pruébalo, no con el estudio de
sus poemas, que no debes haber leído, ni ganas, sino por lo objetivo y lo
subjetivo que son los términos técnicos de esta esgrima de vocablos que se
llama la crítica entre nosotros, y que no valen más que las razones geométricas
del espadachín de Quevedo.
Desde que hemos dado al
traste con Aristóteles, Horacio y Quintiliano, esto de ser crítico es como
coser y cantar. De mí puedo decirte que soy ya tan crítico como el que más, y
así me lo llaman muchos amigos complacientes; de modo que dentro de poco voy a
creerlo yo mismo. Conozco capitanes de reemplazo, fabricantes de papel y
corredores de número, que por pasatiempo, por broma, se han metido a criticar y
critican tan bonicamente, como si en su vida hubieran hecho otra cosa.
El caso es querer: con
un poco de mala voluntad que le tengas al autor de cualquier drama, novela o lo
que sea, y mala voluntad nunca falta, no tienes más que dejar correr la pluma.
Criticar es murmurar,
cortarle un sayo al lucero del alba, y eso no se necesita aprenderlo. Si esto
no es verdad, por lo menos así lo entiende el público; si quieres que te
consideren como crítico de pelo en pecho, da de firme. El mayor elogio que
saben hacer de tus críticas los más apasionados amigos es este: -¡Qué palo le
ha dado V. a Fulano! -¿Cómo palo? -dirás tú, si no entiendes de esto, y te
parecerá una ofensa; pero si sabes de metáforas te darás por muy satisfecho, y
en adelante pegarás palo de ciego; y verás cómo recibes libros de muchos
autores que en la dedicatoria te llamarán eminente, ilustre y cosas así, cuando
propiamente debieran llamarte Machuca, Quebranta-huesos, Sansón, Hércules o
Maza de Fraga.
Entre los envidiosos
tendrás los más decididos y entusiastas partidarios, aunque la envidia sea para
ti pecado feo, del que jamás te hayas contaminado; pero Dios te libre de
desdeñar los elogios de la envidia: por más que te repugne vivir entre los de
esa ralea, no niegues tu mano ni tus sonrisas en el compadrazgo de las letras a
los que te quieren porque pegas a sus enemigos; ¡ay de ti, si los
envidiosos sospechan que no eres de los suyos!
Podrá suceder que hables
mal de las obras literarias porque te parezcan malas; acaso te guíe el puro
interés del arte; pero la satisfacción de la conciencia que esto te reporte
guárdala para ti, y aunque no seas malicioso ni pendenciero, no lo niegues
cuando te lo llamen; ¡pobre crítico, si te tienen por candoroso y por inocente!
Si has de vivir en el mundo tienes que vivir entre gente de mala voluntad, y
harto harás con no llegar tú a ser uno de tantos.
Pero también los hay de
otra clase, de la clase de los benévolos; estos son peores, y de ellos te hablaré
otro5
día.
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