domingo, 9 de diciembre de 2012

En busca del público




La autoría de una obra literario dramática es un correlato de la respiración de quien la
escribe. Uno escribe como respira. Y uno siente que al escribir y respirar sobre la base
de una emoción estética está creando algo nuevo y transformador y por lo tanto es capaz
de conectar. Cada autor, cada autora brega entre el sufrimiento y la alegría para llenar su
universo de contenido. En el caso de que esta amalgama de sentimientos consiga hallar
el camino del público, la intuición poética del autor llegará traducida, interpretada por
otras personas que en un acto de hospitalidad, y por lo tanto de amor, la colocarán en
pliegos de papel encuadernados o la elevaran sobre las tablas de un escenario. O quizás
suceda todo lo contrario,

Y es que conocer al público del teatro tiene que ver con el conocimiento de los
espacios teatrales de la ciudad en la que uno desarrolla su actividad, en este caso,
Madrid. Especialmente a los programadores de las salas, aquellos que deciden qué
obra encajará en la próxima temporada teatral, pues ellos y ellas, supuestamente, sí
conocen a su público. Que el Centro Dramático Nacional, el Matadero, el Español, el
Teatro de la Abadía, o las empresas Focus o Smedia, elijan determinados proyectos
para su representación pública, está íntimamente relacionado con las líneas editoriales
diseñadas para los teatros que gestionan. Sus decisiones a lo largo de los años han ido
configurando al público de sus teatros, aquel que pagará su entrada por ver lo más
moderno, lo más clásico, lo más comercial... de la amplísima oferta que autores y
compañías les ofrecen.

Desconozco en absoluto cuál sería mí público, el público con el que yo podría llegar
a comunicarme mediante un artefacto escrito o representado. Al margen del reducido
número de personas que me conocen, no sé nada de este público, mi público potencial,
quienes mirarían en vivo una función con un texto firmado por mí. No sé nada tampoco
de aquellos que lo leerían, ni siquiera del que asistiría en diferido desde su casa a
una posible grabación del espectáculo, en una de las múltiples ventanas disponibles
en internet. Que una obra llegue a conectar con un número más o menos amplio de
espectadores tiene que ver, la mayoría de las veces, con una sucesión encadenada
de felices casualidades, sobre las cuales el talento artístico del autor nunca gobierna.
Hay otra clase de habilidad, que también es una clase de talento, que facilita mucho
las aspiraciones de comunicación pública de una obra: la capacidad del artista para
relacionarse con su entorno social y promocionarse.

Después de pensar durante unos minutos en cómo avanzar en este ejercicio de homenaje
a Larra, la idea me sigue inquietando bruscamente: ¿cuál será mi público? Me decido
a pasear, como Larra, por Madrid, buscando a las personas idóneas para ser público de
teatro, pero no de cualquier teatro, sino de mi teatro. Redacto en mi memoria algunas
frases: amiga, ¿a usted le gusta que el teatro le provoque emociones?; ¿le ayude a
vivir?; ¿le ponga en contacto con ritos ancestrales?...¿No?. Usted quizás sea muy
exigente, pero si le hablo de la traición, de la culpa, del amor y de la muerte, quizás...

Reviso los argumentos teatrales que en este momento estoy trabajando, asumo la
dificultad de la tarea y bajo a la plaza de Lavapiés. Me sitúo frente a la cola que se
forma para entrar en el teatro Valle-Inclán, decidido a emplear mi razonamiento del
párrafo anterior. A priori, y para animarme, autogenero la siguiente sensación: la mayor

parte de la gente que aguarda para ver Lucido de Rafael Splegerbud, también podría ser
público de una obra mía: la del trasterrado, la de la joven africana, la de los comediantes
pícaros, la de la mujer oculta detrás de la máscara... Siento pudor, pero abordo a una
señora de cuarenta años que está sola. Se produce el siguiente diálogo:

YO.- Señora, perdone, me permite una pregunta ¿a usted le gustaría asistir como
público a una obra de teatro en la que un joven mata a su padre, se convierte en rey,
tiene cuatro hijos con su propia madre, y luego cuando se entera se saca los ojos?
LA SEÑORA.- No se haga usted el listo. Conozco a Edipo. Yo he leído a los clásicos y
he asistido a muchas representaciones teatrales.
YO.- Ya, ¿y si yo le dijera que mi versión es una ópera rock ambientada en China?
LA SEÑORA.- Anticuado...
YO.- Y si no hubiera palabras y todo se trasmitiera con gestos...
LA SEÑORA.- Soy filóloga.
YO.- Ya. ¿y si hubiera un mensaje actual político y social? ¿El 15-M? ¿la crisis?
LA SEÑORA.- Habría que hilar muy fino. Explíquese mejor...
YO.- No importa, no se preocupe, ya veo que usted es de las mías...

Repito las preguntas, con algunas variantes en las que poco a poco voy incluyendo
mis propios temas, a varias personas que me encuentro en el trayecto entre la Plaza
de Lavapiés y el Nuevo Teatro Fronterizo, un espacio teatral en el que trabajo por
las tardes peinando clásicos. En principio todas ellas contestan con cierto grado de
compromiso a mis preguntas, es decir que todas ellas irían a ver alguna de mis obras,
sobre todo si fuera gratis. Me alegro con una alegría engañosa, soy consciente de
ello, porque en el fondo pienso que para el actual madrileño y madrileña medios, o
sea medio-bajos en estos tiempos, gastar quince o veinte euros en una obra de teatro
puede dejarles sin ese libro que necesitan, esas cañitas con los amigos tan agradables,
esa compra en el Carrefour para una semana o el pantalón de chandal que necesita
el pequeño. La conciencia de clase me dice que tal y como está la sociedad, el teatro
es un lujo burgués al alcance de pocos y que debo ser consecuente con el tiempo que
vivo. Pero el corazón del artista me dice que el teatro es una herramienta para aprender
a vivir, tanto para el que lo hace como para quien asiste a las funciones. Que es tan
necesario como el libro, la comida, la caña o el chandal. Por eso me atrevo a decirme
que el público de una obra que yo escriba puede ser todo el que llegué a oír hablar de mí
y de ella. Que hay que mantener la vocación por muy duros que sean los tiempos. Que
lo importante es respirar.

1 comentario:

  1. adoro ir a ver Obras de teatro en Madrid, y tambien me gustaria tomar clases de teatro, quizas el proximo anio lo haga

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